Por lo visto, la estructura de digitalización de identidad de la ciudadanía se ha proyectado más allá de las fronteras del espacio, haciendo que no solo sea para “validar” la existencia humana en cada nación, sino que se ha previsto llevarla para hacer de la identidad digital una carta de circulación internacional, integrada a una base de datos global, incluyendo además, documentos como la licencia de conducir, la cuenta bancaria y, sin duda, cuanta otra certificación legal sea precisa para validar, ahora, frente a la comunidad internacional.
A priori, la idea es magnífica, dado que se simplificaría toda la ineficiente y hasta corrupta burocracia en todo el orbe. ¡Fantástico!
Pero, un repaso a los objetivos y ambiciones centralizadas de los estados, implican una seria, grave, amenaza no solo a la privacidad y seguridad digital de los individuos. También, existe el gran riesgo de que en estados perversos, degenerados, opresores, dictatoriales, hasta criminales, como algunos que bien conocemos en las últimas décadas, simplemente pone en una tremenda posición de vulneración total del individuo, en beneficio de mentes corporativas y estatales, para beneficio propio respectivo, en desmedro de cada persona.
Existe un tremendo conflicto de intereses, desde el momento en que los estados (con justa suposición) pretenden apoderarse de la privacidad y seguridad digital y física de las personas, debido al control no supervisado ni validado realmente por una ciudadanía que se ha visto extremadamente perjudicada por las políticas sanitarias públicas, a sugerencia de organismos supranacionales y amplificados por corporaciones transacionales, que han sonado como una orquesta del miedo y la miseria a lo largo y ancho del mundo.
Al menos, invocando el derecho fundamental de la libertad de elección, que los Estados den a los ciudadanos la facultad de elegir si quieren sufrir con una identidad digital administrada por una cofradía público-privada o bien, cada Nación sigue operando como ha sido por centurias, con virtudes y defectos: a escala humana.
La línea de la seguridad individual debe manejarla el individuo, por sobre las intenciones de un Estado global, que cada día se aleja más del interés superior ciudadano y consolida más un estado corporativo imponente, con políticas que hasta ahora han resultado en un gran desastre, ya avanzando a ser peor que la Segunda Gurra Mundial.